-¿A quién más has visto? -preguntó Catherine.
-El señor y la señora Meyers.
-¡Qué extraños son!
-Dicen que estuvo preso en su país. Lo expatriaron para que muriese.
-Y desde entonces ha vivido feliz en Milán.
-¡Feliz! No sé hasta qué punto.
-Me imagino que, después de estar en la cárcel, se encontraría más feliz.
-Ella nos traerá varias cosas.
-Siempre trae cosas espléndidas. ¿Te ha llamado su querido muchacho?
-Uno de sus queridos muchachos.
-Todos sois sus queridos muchachos -dijo Catherine-. Tiene debilidad por sus queridos muchachos. Escucha la lluvia.
-Llueve mucho.
-Dime. ¿Me amarás siempre?
-Sí.
-¿Siempre te importará igual que llueva?
-No.
-Mejor, porque la lluvia me da miedo.
-¿Por qué?
-No lo sé, querido. Siempre he tenido miedo de la lluvia.
-A mí me gusta.
-Me gusta pasear cuando llueve. Pero no es buena para el amor.
-A pesar de todo, te quiero.
-Yo te quiero cuando llueve, cuando nieva, cuando graniza, y ¿qué más?
-No lo sé. Me parece que tengo sueño.
-Entonces duerme, querido, y te amaré de cualquier manera.
-¿De verdad tienes miedo a la lluvia?
-Cuando estoy contigo, no.
-¿De qué tienes miedo?
-No lo sé.
-Dímelo.
-No, no insistas.
-Quiero que me lo digas.
-Ya que tú lo quieres... La lluvia me da miedo porque a veces, cuando llueve, me veo muerta.
-¡No!
-Y otras veces es a ti a quien veo muerto bajo la lluvia.
-Esto es más verosímil.
-No del todo, querido. Porque yo te puedo guardar del peligro. Pero cuando se trata de uno mismo es más difícil.
-Basta, por favor. No quiero que esta noche hables como una escocesa y como una loca. No estaríamos mucho juntos.
-Es verdad, pero es así. Soy escocesa y loca. Pero no lo haré más. Son tonterías.
-Evidentemente son tonterías.
-Son tonterías. Sólo tonterías. No tengo miedo de la lluvia... No tengo miedo de la lluvia... ¡Oh, Dios mío, deseo tanto no tener miedo!
Lloraba. La consolé. Pero fuera, la lluvia seguía cayendo.
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