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martes, 20 de junio de 2017

Cuarta parte, capítulo XIII - Ana Karenina de León Tolstoi

XIII

Levin enfrentó a la tención de seguir a Kitty al salón cuando se levantaron de la mesa, temiendo fastidiarla con una asiduidad demasiado marcada. Quedosé, pues, con los hombres y tomó parte en la plática general; pero sin ver a Kitty, no perdía de vista ninguno de sus movimientos, y hasta adivinaba el lugar que ocupaba en el salón. Comenzó por cumplir, sin hacerse violencia, la promesa que había hecho de amar a su prójimo y de no pensar mal de nadie.
La plática versó sobre el municipio de Rusia, que Pestzoff consideraba como un nuevo orden de cosas, destinado a servir de ejemplo al mundo entero. Levin estaba tan lejos de ser de esta opinión como de la de Sergio Ivanitch, que reconocía y negaba al mismo tiempo el valor de esta institución; pero intentó ponerles de acuerdo mitigando los términos que empleaban sin experimentar el menor interés en la discusión. Lo único que deseaba era verlos a todos felices y contentos. La única persona importante para él en el mundo se había aproximado a la puerta. Sintió su mirada fija sobre él y una sonrisa. Se volvió. Era ella, que estaba allí en pie con Cherbatzky y le miraba.
-Creí que iba a sentarse usted al piano -dijo acercándose a ella-. Eso es lo que me hace falta en el campo: la música.
-No, hemos venido sencillamente por usted, y le reconozco que lo haya entendido -respondió sonriendo-. ¿Qué placer puede haber en discutir? Nunca se convence a nadie.
- ¡Cuán verdad es!
Levin había observado muchas veces que en las largas discusiones los mayores esfuerzos de lógica y considerable gasto de palabras, con insistencia no producían ningún resultado, y no puedo menos de sonreír satisfecho al oír a Kitty adivinar y definir tan exactamente lo que él pensaba. Cherbatzky se alejó, y la joven se aproximó a una mesa de juego, se sentó y se puso a dibujar circuitos en el patio con el yeso.
-¡Ah, Dios mío! ¡Ya he llenado la mesa de garabatos! -dijo soltando el yeso, después de un momento de silencio con un movimiento que mostraba la intención de pararse.
-¿Cómo podría yo vivir sin ella? -se preguntó Levin con terror.
-Espere -dijo sentándose cerca de ella-; hace mucho tiempo que quería preguntarle una cosa.
Ella le miró con sus ojos tiernos, pero un tanto nerviosos.
-Pregúnteme.
-Es esto -dijo tomando el yeso y trazando las letras siguientes: c, u, d, e, i, e, i, e, o, s, que eran las primeras letras de las palabras: cuando usted dijo es imposible, ¿era imposible entonces o siempre?
No era muy verosímil que Kitty pudiese comprender esta embrollada pregunta. Sin embargo, Levin la miró con el aire de un hombre cuya vida pendiese de la respuesta a esa frase.
Ella reflexionó gravemente, apoyó la frente en la mano y se puso atentamente a descifrar, interrogando a veces a Levin con los ojos.
-Ya lo he descifrado -contestó ruborizándose.
-¿Qué palabra es  ésta? -preguntó Levin señalando la i de la palabra imposible.
-Esa letra significa imposible. La palabra no es exacta -contestó.
Él borró bruscamente lo que había escrito y le ofreció el yeso. Ella escribió e, y, n, p, c, o, c.
Dolly, al ver a su hermana con la tiza en la mano con una sonrisa tímida y feliz en los labios, alzando los ojos hacia Levin, que, ladeado sobre la mesa, fijaba una mirada radiante a veces en ella y a veces en el patio de la mesa, se sintió consolada de su plática con Alejo Alejandrovitch. Vio a Levin radiante de alegría. Él había comprendido la respuesta : entonces yo no podía contestar otra cosa.
Levin miró a Kitty en actitud tímida y demandante :
-¿Sólo entonces?
-Sí -respondió la sonrisa de la joven.
-¿Y...ahora?
-Lea usted, voy a confesarle lo que desearía - y con viveza trazó las iniciales de las palabras <<Que usted pudiese perdonar y olvidar>>
A su vez Levin se procuró la tiza y con trémulos dedos escribió del mismo modo: <<Jamás he dejado de amarla.>>

Kitty le miró y su sonrisa se pasmó.
-He comprendido -murmuró.
-¿Están ustedes jugando al secretario? -dijo el anciano príncipe acercándose-.
Pero si quieres ir al teatro, hemos irnos ya.
Levin se incorporó y acompañó a Kitty hasta la puerta. Esta plática lo había decidido todo. Kitty le había declarado que le amaba y le había permitido que fuera al día siguiente por la mañana a hablar con sus padres.

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