Yo odio el sufrimiento físico. Te rompes una pierna y no tienes manera de
quitarte el dolor. ¿Cuál es la reacción? El aullido. La respuesta es enteramente
animal. Y lo peor de todo es que es un dolor inútil, porque no te genera ningún
bien. Con el dolor por la muerte de mis padres, por ejemplo, siento que crecí
humanamente, que me hice mejor hombre, más resistente a la vida. En cambio
el dolor físico simplemente te humilla. Es abyecto, inútil, ¿para qué sirvió pasarte
toda la noche en un grito?
Dios siempre está de buen humor. Por eso es el preferido de mis padres, el
escogido de mis hijos, el más cercano de mis hermanos, la mujer más
amada, el perrito y la pulga, la piedra más antigua, el pétalo más tierno, el
aroma más dulce, la noche insondable, el borboteo de luz, el manantial que
soy.
Yo podría definirme a mí mismo como agnóstico. Como una gente que no cree
en los términos tradicionales. Y, sin embargo, estoy hablando de Dios
constantemente, desde que tenía diecinueve o veinte años. Dios es una palabra
que me sirve para significar todo lo que ignoro, todo lo que desconozco. Eso es
Dios. Dios es la palabra útil al hombre, para significar la vida. Uno estudia el
cristianismo, estudia el dios hebreo, pero, en la Biblia, Dios manda destruir
ciudades y eso no es de un dios de bondad. Ahora, ¿qué pasa con Buda? Yo leía
la vida de Buda y lo perseguía por todos lados. Tengo muchas anécdotas de él,
de su desprendimiento de las cosas... Pero Buda llega a una conclusión
tremenda: la causa de todos los males del hombre, de todo el dolor del hombre
sobre la tierra, es el deseo. Deja de desear. ¿Qué tipo de hombre se va a hacer
uno si deja de desear? Hay que cortarse los brazos, y las piernas, y no caminar, y
no vivir. Entonces, digo yo, ¿cómo es posible que Buda quisiera la inmovilidad
total? No se preocupó del dolor ajeno, no se preocupó de nadie... Al abolir el
deseo acaba con todo padecimiento humano. Así se identifica con la divinidad,
con la perfección, pero se deshumaniza. No se puede vivir a la manera de Buda.
Yo pienso que lo principal de la vida es el deseo.
Ay, Tarumba, tú ya conoces el deseo.
Te jala, te arrastra, te deshace.
Zumbas como un panal.
Te quiebras una y mil veces.
Sin el deseo no podríamos vivir. El deseo es la clave de todo. Es la clave del
dolor, desde luego, pero también lo es de la alegría. El deseo es parte del camino
que recorremos. No se puede dejar de desear. A veces me pregunto cómo es que
he aguantado treinta y cinco operaciones quirúrgicas en siete años. Las he
aguantado porque deseo vivir, eso es todo. El que desea vivir, aunque esté con
veinte males por encima del que no tiene ninguno, ese sigue viviendo. Desear
vivir es ya vivir.
Sin el pudor del silencio
MÓNICA PLASENCIA SAAVEDRA
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