miércoles, 22 de noviembre de 2017

Fredéric Chopin - Prelude N ° 15, op 28 - Yundi




El Preludio Op. 28, No. 15, de Frédéric Chopin, conocido como el preludio de la "Gota de Lluvia", es uno de los 24 Preludios de Chopin. Su duración habitual es de entre cinco y siete minutos, siendo el sostenuto el más largo de todos los preludios. Esta composición es conocida por su repetitiva nota La bemol, que aparece a lo largo de toda la pieza y suena como un una gota de lluvia para muchos oyentes.

Composición

Algunas, aunque no todas la piezas del Opus 28 fueron escritas durante la estancia de Chopin y George Sand en el Monasterio de Valldemosa, Mallorca en 1838.​ En La Historia de mi vida, Sand relata como una tarde ella y su hijo Mauricio, volviendo de Palma de Mallorca bajo un terrible aguacero, encontraron a un distraído Chopin que exclamó:

[...]"Ah! Sabía que estabais muertos". Mientras tocaba el piano tuvo un sueño en el que se vio a sí mismo ahogado en un lago y grandes gotas de agua helada caían de forma regular sobre su pecho. Cuando le hice escuchar el sonido de las gotas de lluvia que, de verdad, estaban cayendo desde el tejado, rítmicamente, negó haberlas oído. Se enfado mucho de que yo lo interpretara como la muestra de un sonido imitativo. Protestó con toda su fuerza -y tenía razón- contra la puerilidad de dicha imitación auditiva. Su genio estaba lleno de misteriosos sonidos de la naturaleza, pero transformados en sublimes equivalencias musicales en su pensamiento pero no a través de imitaciones sin originalidad de los sonidos reales."3

Sand no dijo el Preludio exacto que Chopin tocaba para ella en aquella ocasión pero gran parte de los críticos musicales asumen que fue el preludio no.15 por el repetitivo la bemol que sugiere el suave patrón de la lluvia. Peter Dayan, apunta que Sand aceptó las protesta de Chopin de que el preludio no era una imitación del sonido de una gota de lluvia sino la traslación de las armonías naturales realizadas por el genio de Chopin. Frederick Niecks dice que el preludio "te hace pensar en el claustro del Monasterio de Valldemosa y en una procesión de monjes portando a un hermano a su última morada cantando lúgubres responsos en la noche cerrada.


Descripción

El preludio abre con un tema sereno en Re Bemol. Cambia después a un "lúgubre interludio" en Do sostenido menor con "un pedal dominante que no cesa nunca, un basso obstinato". La repetitiva nota La Bemol que se oye desde el la primera sección se convierte en más insistente. A continuación termina el preludio con una repetición del tema original. Niecks dices, "La parte en Do sostenido menor ... te afecta como un sueño opresivo; la re-entrada del tema original en Re Bemol ahuyenta la horrible pesadilla y reintroduce la frescura de la naturaleza sonriente y familiar – sólo después del horror de la imaginación se puede apreciar su serena belleza en su totalidad.


Legado cultural


  • En la película de 1979 de James Bond Moonraker, el villano "Sir Hugo Drax" toca e el Preludio de la Gota de Lluvia en su castillo en un gran piano cuando Bond llega a visitarle.
  • Este preludio aparece también en la banda sonora de lapelícula australiana Shine sobre la vida del pianista David Helfgott.
  • El preludio aparece en sección Cuervos de la película de Akira Kurosawa Los sueños.
  • El preludio aparece en la pelíicula de 1990 "Captain America", cuando el héroe toca la pieza para impedir a Red Skull que destruya el Sur de Europa.
  • El dramático interludio del preldio se utilizó marketing de Halo 3, un videojuego de ciencia ficción.
  • La pieza aparece en la película de John Woo film Cara a cara en una escena de entre Castor Troy y Eve Archer.
  • El preludio aparece en el videojuego Eternal Sonata, en el que la música de Chopin tiene un rol importante.
  • La pieza se utiliza en la película Margin Call, mientras Kevin Spacey duerme en su oficina pero es despertado por el clímax del preludio en su parte intermedia.
  • El preludio se utiliza en el trailer inglés para la película japonesa Battle Royale.
  • El Preludio aparece varias veces en la película de 2012 Prometheus incluyendo los créditos finales.


miércoles, 25 de octubre de 2017

Mi Hemingway personal - Gabriel García Márquez, periódico El País



GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
29 JUL 1981

Mi Hemingway personal

Lo reconocí de pronto, paseando con su esposa, Mary WeIsh, por el bulevar de Saint Michel, en París, un día de la lluviosa primavera de 1957. Caminaba por la acera opuesta en dirección del jardín de Luxemburgo, y llevaba unos pantalones de vaquero muy usados, una camisa de cuadros escoceses y una gorra de pelotero. Lo único que no parecía suyo eran los lentes de armadura metálica, redondos y minúsculos, que le daban un aire de abuelo prematuro. Había cumplido 59 años, y era enorme y demasiado visible, pero no daba la impresión de fortaleza brutal que sin duda el hubiera deseado, porque tenía las caderas estrechas y las piernas un poco escuálidas sobre sus bastos. Parecía tan vivo entre los puestos de libros usados y el torrente juvenil de la Sorbona que era imposible imaginarse que le faltaban apenas cuatro años para morir.Por una fracción de segundo -como me ha ocurrido siempreme encontré dividido entre mis dos oficios rivales. No sabía si hacerle una entrevista de Prensa o sólo atravesar la avenida para expresarle mi admiración sin reservas. Para ambos propósitos, sin embargo, había el mismo inconveniente grande: yo hablaba desde entonces el mismo inglés rudimentario que seguí hablando siempre, y no estaba muy seguro de su español de torero. De modo que no hice ninguna de las dos cosas que hubieran podido estropear aquel instante. sino que me puse las manos en bocina, como Tarzán en la selva, y grité de una acera a la otra: «Maeeeestro». Ernest Hemingway comprendió que no podía haber otro maestro entre la muchedumbre de estudiantes, y se volvió con la mano en alto, y me gritó en castellano con una voz un tanto pueril: «Adioooos, amigo». Fue la única vez que lo vi.

Yo era entonces un periodista de veintiocho años, con una novela publicada y un premio literario en Colombia, pero estaba varado y sin rumbo en París. Mis dos maestros mayores eran los dos novelistas norteamericanos que parecían tener menos cosas en común. Había leído todo lo que ellos habían publicado hasta entonces, pero no como lecturas complementarlas, sino todo lo contrario: como dos formas distintas y casi excluyentes de concebir la literatura. Uno de ellos era William Faulkner, a quien nunca vi con estos ojos y a quien sólo puedo imaginarme como el granjero en mangas de camisa que se rascaba el brazo junto a dos perritos blancos, en el retrato célebre que le hizo Cartier Bresson. El otro era aquel hombre efímero que acababa de decirme adiós desde la otra acera, y me había dejado la impresión de que algo había ocurrido en mi vida, Y que había ocurrido para siempre.

No sé quién dijo que los novelistas leemos las novelas de los otros sólo para averiguar cómo están escritas. Creo que es cierto. No nos conformamos con los secretos expuestos en el frente de la página, sino que la volteamos al revés, para descifrar las costuras. De algún modo imposible de explicar desarmamos el libro en sus piezas esenciales y lo volvemos a armar cuando ya conocemos los misterios de su relojería personal. Esa tentativa es descorazonadora en los libros de Faulkner, porque éste no parecía tener un sistema orgánico para escribir, sino que andaba a ciegas por su universo bíblico como un tropel de cabras sueltas en una cristalería. Cuando se logra desmontar una página suya, uno tiene la impresión de que le sobran resortes y tornillos y que será imposible devolverla otra vez a su estado original. Hemingway, en cambio, con menos inspiración, con menos pasión y menos locura, pero con un rigor lúcido, dejaba sus tornillos a la vista por el lado de fuera, como en los vagones de ferrocarril. Tal vez por eso Faulkner es un escritor que tuvo mucho que ver con mi alma, pero Hemingway es el que más ha tenido que ver con mi oficio.

No sólo por sus libros, sino por su asombroso conocimiento del aspecto artesanal de la ciencia de escribir. En la entrevista histórica que le hizo el periodista Georges Plimpton para París Review enseñé para siempre -con,tra el concepto romántico de la creación- que la comodidad económica y la buena salud son convenientes para escribir, que una de las dificultades mayores es la de organizar bien las palabras, que es bueno releer los propios libros cuando cuesta trabajo escribir para recordar que siempre fue difícil, que se puede escribir en cualquier parte siempre que no haya visitas ni teléfono, y, que no es cierto que el periodismo acabe con el escritor, como tanto se ha dicho, sino todo lo contrario, a condición de que se abandone a tiempo. «Una vez que escribir se ha convertido en el vicio principal y el mayor placer -dijo-, sólo la muerte puede pcnerle fin». Con todo, su lección que el descubrimiento de que el trabajo de cada día sólo debe interrumpirse cuando ya se sabe cómo se va a empezar al día siguiente. No creo que se haya dado jamás un consejo más útil para escribir. Es, ni más ni menos, el remedio absoluto contra el fantasma más temido de los escritores: la agonía matinal frente a1a página en blanco.

Toda la obra de Heminway demuestra que su aliento era genial, pero de corta durición. Y es comprensible. Una tensión interna como la suya, sometida a un dominio técnico tan severo, es insostenible dentro del ámbito vasto y azaroso de una novela. Era una condición personal, y el error suyo fue haber intentado rebasar sus límites espléndidos. Es por eso que todo lo superfluo se nota más en él que en otros escritores. Sus novelas parecen cuentos desmedidos a los que les sobran demasiadas cosas. En cambio, lo mejor que tienen sus cuentos es la impresión que causan de que algo les quedó faltando, y es eso precisamente lo que les confiere su misterio y su belleza. Jorge Luis Borges, que es uno de los grandes escritores de nuestro tiempo, tiene los mismos límites, pero ha tenido la inteligencia de no rebasarlos.

Un solo disparo de Francos Macomber contra el león enseña tanto como una lección de cacería, pero también como un resumen de la ciencia de escribir. En algún cuento suyo escribió que un toro de lidia, después de pasar rozando el pecho del torero, se revolvió «como un gato volteando una esquina». Creo, con toda humildad, que esa observación es una de las tonterías geniales que sólo son posibles en los escritores más lúcidos. La obra de Hemingway está llena de esos hallazgos simples y deslumbrantes, que demuestran hasta qué punto se ciñó a su propia definición de que la escritura literaria -como el iceberg- sólo tiene validez si está sustentada debajo del agua por los siete octavos de su volumen.

Esa conciencia técnica será sin duda la causa de que Hemingway no pase a la gloria por ninguna de sus novelas, sino por sus cuentos más estrictos. Hablando de Por quién doblan las campanas, él mismo dijo que no tenía un plan preconcebido para componer el libro, sino que lo inventaba cada día a medida que lo iba escribiendo. No tenía que decirlo: se nota. En cambio, sus cuentos de inspiración instantánea son invulnerables. Como aquellos tres que escribió en la tarde de un 16 de mayo en una pensión de Madrid, cuando una nevada obligó a cancelar la corrida de toros de la feria de San Isidro. Esos cuentos -según él mismo le contó a George Plimpton- fueron Los asesinos, Diez indios y Hoy es viernes, y los tres son magistrales.

Dentro de esa línea, para mi gusto, el cuento donde mejor se condensan sus virtudes es uno de los más cortos: Un gato bajo la lluvia. Sin embargo, aunque parezca una burla de su destino, me parece que su obra más hermosa y humana es la menos lograda: Al otro lado del río y entre los árboles. Es, como él mismo reveló, algo que comenzó por ser un cuento y se extravió por los manglares de la novela. Es difícil entender tantas grietas estructurales y tantos errores de mecánica literaria en un técnico tan sabio, y unos diálogos tan artificiales y aun tan artificiosos en uno de. los más brillantes orfebres de diálogos de la historia de las letras. Cuando el libro se publicó, en 1950, la crítica fue feroz. Porque no fue certera. Hemingway se sintió herido donde más le dolía, y se defendió desde La Habana con un telegrama pasional que no pareció digno de un autor de su tamaño. No sólo era su, mejor novela, sino también la más suya, pues había sido escrita en los albores de un otoño incierto, con las nostalgias irreparables de los años vividos y la premonición nostálgica de los pocos años que le quedaban por vivir. En ninguno de sus libros deja tanto de sí mismo ni consiguió plasmar con tanta belleza y tanta ternura el sentimiento esencial de su obra y de su vida: la inutilidad de la victoria. La muerte de su protagonista, de apariencia tan apacible y natural, era la prefiguración cifrada de su propio suicidio.

Cuando se convive por tanto tiempo con la obra de un escritor, y de este modo tan intenso y entrañable, uno termina sin remedio por revolver su ficción con su realidad. He pasado muchas horas de muchos días leyendo en aquel café de la Place de Saint Michel que él consideraba bueno para escribir, porque le parecía simpático, caliente, limpio y amable, y siempre he esperado encontrar otra vez a la muchacha que él vio entrar una tar de de vientos helados, que era muy bella y diáfana, con el pelo cortado en diagonal, como un ala de cuervo. «Eres mía y París es mío», escribió para ella, con ese inexorable poder de apropiación que tuvo su literatura. Todo lo que describió, todo instante que fue suyo, le sigue perteneciendo. para siempre. No puedo pasar por el número 12 de la calle del Odeón, en París, sin verlo a él conversando con Sylvia Beach en una librería que ya no es la misma, ganando tiempo hasta que fueran las seis de la tarde por si acaso llegaba James Joyce. En las praderas de Kenya, con sólo mirarlas una vez, se hizo dueño de sus búfalos y sus leones, y de los secretos más intrincados del arte de cazar. Se hizo dueño de toreros y boxeadores, de artistas y pistolero que sólo existieron por un instante, mientras fueron suyos. Italia, España, Cuba, medio mundo está lleno de los sitios de los cuales se apropió con sólo mencionarlos. En Cojímar, un pueblecito cerca de La Habana donde vivía el pescador solitario de El viejo y el mar, hay un templete conmemorativo de su hazaña con un busto de Hemingway pintado con barniz de oro. En Finca Vigía, su refugio cubano donde vivió hasta muy poco antes de morir, la casa está intacta entre los árboles sombríos, con sus libros disímiles, sus trofeos de caza, su atril de escribir, sus enormes zapatos de muerto, las incontables chucherías de la vida y del mundo entero que fueron suyas hasta su muerte, y que siguen viviendo sin él con el alma que les infundió por la sola magia de su dominio. Hace unos años entré en el automóvil de Fidel Castro -que es un empecinado lector de literatura- y vi en el asiento un pequeño libro empastado en cuero rojo. «Es el maestro Hemingway», me dijo. En realidad, Hemingway sigue estando donde uno menos se lo- imagina -veinte años después de muerto-, tan persistente y a la vez tan efimero como aquella mañana, que quizá fue de mayo, en que me dijo adiós, amigo, desde la acera opuesta del bulevar de Saint Michel.

Copyright 1981. Gabriel García Márquez-ACI

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 29 de julio de 1981






Frases de Ernest Hemingway

Les paso algunas de las  celebres frases que aventó Ernest Hemingway durante su vida, no cabe duda que experiencia tenía y aquí lo deja claro.



  • Escribe Borracho, edita sobrio.

  • La mejor forma de averiguar si puedes confiar en alguien es confiar en el.

  • Al terminar un cuento me sentía siempre vaciado y a la vez triste y contento, como si hubiese hecho el amor, aunque para saber si era bueno tendría que esperar a releerlo al día siguiente.

  • El vino es una de las cosas mas civilizadas del mundo.

  • Si dos personas se quieren , no puede haber final feliz.

  • Trata de no pedir prestado, primero pides prestado ; luego pides limosna.

  • La obra  clásica es un libro que todo mundo admira, pero que nadie lee.


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Las muertas - Jorge Ibargüengoitia (PDF)







Las Muertas es una novela escrita por el guanajuatense Jorge Ibargüengoitia Antillón, publicada en 1977 por editorial Joaquín Mortiz.


Reseña: Las Muertas cuenta la historia de las hermanas proxenetas María del Jesús y Delfina González Valenzuela, alias Las Poquianchis. En la novela las hermanas se denominan hermanas Baladro y mantienen una red de prostíbulos en los que mantenían secuestradas a mujeres jóvenes tras haber embaucado a sus padres con la mentira de que las llevarían a trabajar en alguna de las haciendas de la región. Al comenzar la novela, el autor nos avisa que algunos de los hechos que allí se narran son reales y que todos los personajes son imaginarios.



Un libro bastante recomendado en mi opinión, así como la mayoría de libros de Jorge, pronto tendré su biografía para darlo a conocer un poco más.






martes, 24 de octubre de 2017

Noches de boda - Joaquín Sabina







Que el maquillaje no apague tu risa, 
que el equipaje no lastre tus alas, 
que el calendario no venga con prisas, 
que el diccionario detenga las balas, 

Que las persianas corrijan la aurora, 
que gane el quiero la guerra del puedo, 
que los que esperan no cuenten las horas, 
que los que matan se mueran de miedo. 

Que el fin del mundo te pille bailando, 
que el escenario me tiña las canas, 
que nunca sepas ni cómo, ni cuándo, 
ni ciento volando, ni ayer ni mañana 

Que el corazón no se pase de moda, 
que los otoños te doren la piel, 
que cada noche sea noche de bodas, 
que no se ponga la luna de miel. 



Que todas las noches sean noches de boda, 
que todas las lunas sean lunas de miel. 

Que las verdades no tengan complejos, 
que las mentiras parezcan mentira, 
que no te den la razón los espejos, 
que te aproveche mirar lo que miras. 

Que no se ocupe de ti el desamparo, 
que cada cena sea tu última cena, 
que ser valiente no salga tan caro, 
que ser cobarde no valga la pena. 

Que no te compren por menos de nada, 
que no te vendan amor sin espinas, 
que no te duerman con cuentos de hadas, 
que no te cierren el bar de la esquina. 

Que el corazón no se pase de moda, 
que los otoños te doren la piel, 
que cada noche sea noche de bodas, 
que no se ponga la luna de miel. 

Que todas las noches sean noches de boda, 
que todas las lunas sean lunas de miel.



Y pensar que hay personas que prefieren el reggaeton y narco corridos.

Por el boulevard de los sueños rotos - Joaquín Sabina



En el bulevar de los sueños rotos
Vive una dama de poncho rojo,
Pelo de plata y carne morena.
Mestiza ardiente de lengua libre,
Gata valiente de piel de tigre
Con voz de rayo de luna llena.

Por el bulevar de los sueños rotos
Pasan de largo los terremotos
Y hay un tequila por cada duda.
Cuando agustín se sienta al piano
Diego rivera, lápiz en mano,
Dibuja a frida kahlo desnuda.

Se escapó de cárcel de amor,
De un delirio de alcohol,
De mil noches en vela.
Se dejó el corazón en madrid
¡quien supiera reír
Como llora chavela!

Por el bulevar de los sueños rotos
Desconsolados van los devotos
De san antonio pidiendo besos
Ponme la mano aquí macorina
Rezan tus fieles por las cantinas,
Paloma negra de los excesos.

Por el bulevar de los sueños rotos
Moja una lágrima antiguas fotos
Y una canción se burla del miedo.
Las amarguras no son amargas
Cuando las canta chavela vargas
Y las escribe un tal josé alfredo.

(estribillo)

Las amarguras no son amargas
Cuando las canta chavela vargas
Y las escribe un tal josé alfredo.

(estribillo)

Por el boulevar de los sueños rotos...

jueves, 12 de octubre de 2017

Biografía - Jaime Sabines




Jaime Sabines Gutiérrez
(Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 25 de marzo de 1926-Ciudad de México, 19 de marzo de 1999)

Poeta y político mexicano.



Vida personal

Su padre, Julio Sabines, nació en Líbano y emigró con sus padres y sus dos hermanos a Cuba. En 1914 se trasladó a México, donde participó en la Revolución. En Chiapas conoció a Luz Gutiérrez Moguel, nieta de Joaquín Miguel Gutiérrez, militar y gobernador del estado en cuyo honor la capital estatal, Tuxtla Gutiérrez, lleva su nombre. Tuvieron tres hijos: Juan, Jorge y Jaime.
Julio Sabines, fomentó en su hijo el gusto por la literatura. El mismo Sabines habla de él como una de las razones por las cuales se dedicó a escribir poesía. En el poema Algo sobre la muerte del mayor Sabines -mismo que el poeta reconocía como su mejor creación- Sabines nos habla de la muerte de su padre, pero más que eso, también de la importancia que tuvo éste en su vida.
En 1945 viajó a la Ciudad de México para comenzar sus estudios como médico en la Escuela Nacional de Medicina. Mientras estudiaba, se dio cuenta de que la carrera de medicina no era para él; poco después comenzó su carrera como escritor. Regresó a Chiapas por una corta temporada y estuvo trabajando en la tienda de telas El Modelo, propiedad de su hermano Juan, en donde escribió su célebre poemario Tarumba.
En 1953 se casó con Josefa «Chepita» Rodríguez Zebadúa, con quien tuvo cuatro hijos: Julio, Julieta, Judith y Jazmín. En este mismo año, trabajando durante el día como vendedor de tela, escribía poesía. Un hombre sencillo, vivía como la gente común, inserto en la cotidianidad urbana:
Me sentía humillado y ofendido por la vida; ¿cómo era posible que estuviese en aquella actividad, la más antipoética del mundo? Después de dos o tres años comencé a ser humilde, a decirme: 'que se vaya al carajo el poeta'.
Su padre murió el 30 de octubre de 1961 y, tan sólo cinco años después, en 1966, murió su madre. El duelo ante la muerte de la madre, de nuevo, aparece en su escritura en su poema Doña Luz.

Educación Académica
     
  Tras sus primeros estudios, que realizó en el Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas, se trasladó a Ciudad de México e ingresó en la Escuela Nacional de Medicina (1945), donde permaneció tres años antes de abandonar la carrera. Cursó luego estudios de lengua y literatura castellana en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, y fue becario especial del Centro Mexicano de Escritores, aunque no consiguió grado académico alguno.

Vida profesional

El poeta

Sus primeros pasos por la poesía fueron Introspección, A mi madre, Siento que te pierdo y Primaveral, los anteriores fueron publicados en el periódico El Estudiante, una publicación de las sociedades estudiantiles de la Escuela Normal y de la Preparatoria de Tuxtla Gutiérrez.
En 1949 regresa a la Ciudad de México para ingresar a la licenciatura en «Lengua y literatura española» en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Fue alumno de Julio Torri, Agustín Yáñez, José Gaos y Eduardo Nicol. Entre sus compañeros de clase, destacan los nombres de Emilio Carballido, Sergio Magaña, Sergio Galindo, Rosario Castellanos y Ramón Xirau. La generación de Jaime Sabines -poetas, novelistas, dramaturgos, se reunía en un taller literario con Efrén Hernández, de quien Sabines comentó:
Convivir con ellos y el estudio de la carrera me hizo poeta en el sentido técnico [...]. Me di cuenta de que tenía que evolucionar, aprender cosas nuevas para no quedarme atrás.
Entre sus influencias literarias se cuentan Ramón López Velarde, Rafael Alberti, Aldous Huxley, James Joyce, y en mayor medida Pablo Neruda.


—¿Se daba cuenta de las influencias que se apoderaban de su escritura o no las percibía?
—¡Claro que me daba cuenta de que esos poemas no eran míos! Son obras de García Lorca o son obras de Neruda, me decía a mí mismo. Pero poco a poco empecé a escribir cosas diferentes... fui notando que ya era una voz propia que se iba abriendo paso entre tantas influencias.
(Ana Cruz, «La poesía es un destino»)


    En 1949 publicó Horal, su primer poemario. Carlos Pellicer le ofreció prologar la edición, pero Sabines rechazó la oferta pues deseaba que su obra se afirmara en méritos propios, y no en prestigios ajenos.
En 1951 es publicado su libro titulado La señal. En 1952 regresa a Chiapas debido a que su padre sufre un accidente, por lo tanto no puede terminar su carrera. Sin embargo, en 1952 aparece su libro Adán y Eva, su primera incursión en la poesía en prosa, del que afirmó:
Yo quería hacer una poesía lo más independiente de las palabras, que resistiera cualquier traducción y es a través de la prosa, -cuyo ritmo es el que más se acerca al de la sangre- donde se consigue mejor.
En 1954 se publicó uno de sus libros, quizá el menos entendido en su país y el más apreciado fuera de él, Tarumba.
En 1959 se muda a México nuevamente para ayudar a establecer un negocio familiar, la fabricación de alimentos para animales, junto con su hermano Juan y al mismo tiempo continúa escribiendo.
En 1965, la compañía discográfica Voz Viva de México, grabó un disco con algunos poemas de Sabines con la propia voz del autor. ​
Sabines sufrió un accidente al caer por una escalera en el que se fracturó una pierna y la cadera, quedando con secuelas de por vida.
Después de siete años de vivir en Tuxtla, regresa a la Ciudad de México en donde escribe Diario Semanario. En el año de 1966 muere su madre, Doña Luz Gutiérrez, y en 1967 se publica la primera edición de Yuria.
Jaime Sabines era conocido como «El francotirador de la literatura» por pertenecer a un grupo que transformaba la literatura en realidad. Sus escritos se basaron en su presencia en diversos lugares cotidianos como la calle, hospitales, patios etcétera. Sus obras fueron traducidas a varios idiomas.
Octavio Paz, calificó a Sabines como uno de los mejores poetas contemporáneos de nuestra lengua, y agregó: "Su humor es un chaparrón de bofetadas, su risa culmina en un aullido, su cólera es acelerada y su ternura colérica. Pasa del jardín de la infancia a la sala de operaciones. Para Sabines, todos los días son el primero y el último día del mundo".

El político

Fue diputado federal por el I Distrito Electoral Federal de Chiapas a la L Legislatura de 1976 a 1979, por el Partido Revolucionario Institucional, y diputado por el mismo partido en el Congreso de la Unión en 1988 por el Distrito Federal. En los noventa, condenó la sublevación zapatista y el círculo intelectual de la época lo reprobó hasta poco antes de su muerte.
En ocasión de su fallecimiento, el entonces presidente de México, Ernesto Zedillo, lo calificó como uno de los más importantes poetas del país en el siglo XX. En uno de sus poemas, Sabines transmitió la impresión que sobre su propia actividad política tenía:
Estoy metido en política
Estoy metido en política otra vez.
Sé que no sirvo para nada, pero me utilizan
Y me exhiben
«Poeta, de la familia mariposa-circense,
atravesado por un alfiler, vitrina 5».
(Voy, con ustedes, a verme)

Distinciones/logros

1959 Premio Chiapas, El Ateneo de Ciencias y Artes de Chiapas.
1964 Beca del Centro Mexicano de Escritores
1973 Premio Xavier Villaurrutia por Maltiempo.
1982 Premio Elías Sourasky en Letras.
1983 Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Lingüística y Literatura.
1986 Premio Juchimán de Plata
1991 Presea de la Ciudad de México
1994 Medalla Belisario Domínguez
1996 Premio Mazatlán de Literatura con Pieces of shadow

Entrada destacada

Medianoche en París, charla de Ernest Hemingway y Gil Pender (Ficción)

-¿Ha hecho el amor con una gran mujer? -Sí, mi novia es bastante sexy -Y cuando le hace el amor ¿Siente una pasión maravillosa y verdadera...