miércoles, 28 de octubre de 2015

Cuba & Hemingway- Ernest Hemingway

Cuba & Hemingway

Corría la primavera de 1928 cuando Ernest Hemingway pisó por vez primera tierra cubana. Arribó procedente de Francia en el vapor Orita y una breve escala en La Habana bastó para decidir su futuro, porque el ya famoso autor de “Adiós a las armas” quedó atrapado por los encantos de la ciudad que después sería testigo de sus numerosas andanzas durante años.

En el transcurso de su agitada vida muchas urbes acapararon la atención de aquel hombre de lento andar y mirada escrutadora, pero ninguna como La Habana lo imantó, sobre todo después que regresó a pescar agujas durante una temporada en la que anzoló diecinueve especies que lo vincularon para siempre a la vida del mar y el inconfundible olor al salitre que se impregna en la piel hasta llegar al corazón.
El escritor Lisandro Otero reveló de Hemingway que en Cuba descubrió el sabor del aguacate, la piña y el mango. De todo eso habló Ernest en un artículo al que tituló: "Agujas lejos del Morro: una carta cubana", que publicó en la revista Esquire, en el número de otoño de 1933.

Su segunda estadía en Cuba había ocurrido de abril a junio de 1932, la tercera un año después. Durante ese período escribió dos de sus mejores cuentos y advirtió que el clima cubano, y su actividad deportiva, lo vigorizaban física y mentalmente. Expresaba que Cuba "lo llenaba de jugos", que era su manera de decir que allí lo invadía una gran energía creativa.

En ese entonces “descubrió” el Hotel Ambos Mundos, una joya arquitectónica que se conserva como si el tiempo se hubiese detenido.

Ese sería el paradero del espigado escritor estadounidense. La habitación, marcada con el número 511 se mantiene tal como él la conoció. Desde ella oteaba el azul marino por el norte, y por el este la entrada del puerto.
Además, venía la Catedral. El poblado de Casablanca, los tejados coloniales y los muelles. En 1937 la capital cubana y el país en sentido general vivían una etapa difícil. Los problemas sociales que se sucedían en esa década calaron profundo en sus sentimientos.
Entonces escribió su novela “Tener y no tener”, cuya trama tiene lugar en La Habana y Cayo Hueso.
En la obra plasmó: "Ya sabes cómo es La Habana por la mañana temprano, con los vagabundos que duermen todavía recostados a las paredes; aun antes de que los camiones de las neverías traigan el hielo a los bares. Bien, cruzamos la plazoleta que está frente al muelle y fuimos al café La Perla de San Francisco y había sólo un mendigo despierto en la plazoleta y estaba bebiendo agua de la fuente".
Harry Morgan, principal personaje de esa novela, pregunta a un revolucionario cubano qué clase de revolución harán sus compañeros: "Somos el único partido revolucionario... queremos acabar con los viejos politiqueros, con el imperialismo yanki que nos estrangula y con la tiranía del ejército.
Vamos a comenzar de nuevo para darle a cada hombre una oportunidad.
Queremos terminar la esclavitud de los guajiros... dividir las grandes fincas azucareras entre quienes las trabajan... Ahora estamos gobernados por rifles, pistolas, ametralladoras y bayonetas... Amo a mi país y haría cualquier cosa... por librarlo de su tiranía."
En 1939 buscaba la tranquilidad que añoraba, cuando encontró la Finca Vigía, en San Francisco de Paula una barriada en las afueras de la ciudad.
En un primer momento no le convencía el entorno. Le parecía demasiado lejano y si adoptó la decisión fue por complacer a su esposa. Quizás por eso prefería pasar el tiempo en La Habana, o en su yate Pilar.
La casa fue remodelada y en 1940 adquirió la propiedad de un lugar que lo marcaría para la eternidad. "Por quién doblan las campanas" fue la primera gran obra escrita allí.
Palmo a palmo recorrió las adoquinadas y estrechas calles de una ciudad que loiba envolviendo cada vez más. Con frecuencia acudía al restaurante El Floridita, para refrescar el cuerpo y tal vez su alma con el daiquirí, uno de los tragos más exquisitos de la coctelería nacional.
En la actualidad tras esas huellas muchos turistas acuden a la famosa Bodeguita del Medio, atrayente lugar donde el escritor solía acudir para conversar, entre mojito y mojito con el viejo Martínez, dueño del establecimiento.
Con mucho tino comentó que entre las bebidas cubanas prefería tomar su daiquirí en El Floridida y su mojito en la Bodeguita del Medio.
En Cojímar, pueblo de pescadores, conoció a Gregorio Fuentes, devenido inseparable compañero de andanzas tras las especies marinas en aguas del Golfo. Ese mismo Gregorio que capitaneó el yate Pilar, resultó magnífica inspiración para su obra maestra “El viejo y el mar”.
Cuando en 1954 recibió el Nobel de Literatura, dijo: “Este es un premio que pertenece a Cuba porque mi obra fue pensada y creada en Cuba, con mi gente de Cojímar de donde soy ciudadano. A través de todas las traducciones está presente esta patria adoptiva donde tengo mis libros y mi casa”.
Sentía una inmensa deuda con un pueblo que lo quiso y lo admiró. Eso se explica tal vez en su decisión de ofrendar la medalla del Premio Nobel a la Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba.
Tras el triunfo de la Revolución en Cuba se mantuvo inalterable en su finca.
Conoció a Fidel Castro y juntos compartieron una jornada de pesca y como viejos amigos dialogaron durante horas. Por eso a nadie extrañó cuando en 1960 al trasladarse enfermo a Estados Unidos, un periodista inquirió su opinión acerca del proceso que comenzaba a gestarse en la Isla.
Ernest Hemingway no vaciló un instante en responder: "La gente de honor creemos en la Revolución Cubana."
Su estado de salud se quebrantaba cada día más. Él lo sabía y quiso tomarle la delantera a la parca mediante la terrible decisión que aceleró lo inevitable.
Junto a todas las cosas buenas que atesoraba en el alma también se llevó a la tumba su amor por Cuba.
La actual habitación 511, convertida en santuario que honra la estancia del novelista, atesora varios objetos en sus 16 metros cuadrados: cama matrimonial de madera, dos mesitas de noche y una mesa de escribir con su silla, aunque él prefería hacerlo descalzo y de pie, apoyando su máquina portátil en el alféizar de la ventana.
Vivió en ese lugar durante siete años (1932-1939). Incursionó en diversos géneros, desde excelentes crónicas sobre la pesca como “Agujas a la altura del Morro, publicadas en la revista Esquire, hasta profundos análisis de otros temas editados en varios países.

Localizado apenas a unos 20 metros del Palacio de los Capitanes Generales, en la calle Obispo # 153 esquina a Mercaderes el hotel Ambos Mundos vive momentos de esplendor en pleno siglo XXI después de ser remozado cuidando al máximo los más mínimos detalles que le acompañaron desde su construcción en 1923.
Bajo la administración de Habaguanex S.A. el centro dispone de 52 piezas dobles estándar y cuatro minisuites. Su capacidad máxima supera el centenar huéspedes.
El hotel Ambos Mundos, con categoría cuatro estrellas, es frecuentado por el turismo internacional que persigue la simbiosis entre la tradición de las vetustas edificaciones y la modernidad de nuestros tiempos.
Cobra especial significado la habitación 511, adonde puede accederse
cualquier día de la semana a partir de las diez de la mañana y hasta las cinco de la tarde.
En el corazón de la Habana Vieja, nominada por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad, esta joya de la hotelería cubana es admirada por muchas razones, pero tal vez una de las más importantes es que allí Ernest Hemingway vive todavía...


1928: El primero de abril, a las 10.50 de la noche, con cielo nublado y brumoso, hace escala en el puerto de La Habana el vapor Orita, de paso hacia la Florida.
Hemingway viajaba allí acompañado de su segunda esposa Pauline Pffeifer, que estaba embarazada. El barco había zarpado desde La Rochelle, Francia.


1930: Comenzó a realizar continuas navegaciones hacia la cayería de
Romano, en el norte de la provincia de Camagüey. Aquellos viajes incluían los litorales donde se encuentran los mayores y más extensos cayos del país.


1934: El estreno de su mítico yate Pilar se realizó mediante una navegación de cuatro meses en la cayería de Romano, embarcadero del Guincho, Nuevitas, desde donde viajó por tren a Camagüey y visitó el central Santa Amalia acompañado por James Mason y Carlos Gutiérrez.


1937-38: De tránsito para España, o de Estados Unidos hacia otros países europeos, en cuatro ocasiones hace breves estancias en La Habana y se aloja en el hotel Ambos Mundos, e incluso realiza un viaje a Camagüey, exactamente a La Gloria City, comunidad fundada por estadounidenses en esa región de la Isla.


1939: A su regreso de España se instala de nuevo en el hotel Ambos Mundos donde comienza a escribir “Por quién doblan las campanas”.


1940: Decide instalarse definitivamente en Cuba, en la finca La Vigía. No se conoce otra casa además de ese lugar donde haya echado anclas el escritor.
Hasta ese momento había escrito en parajes ocasionales, desde cantinas hasta cuartos de hoteles. Aquí tuvo su biblioteca, sus animales preferidos, sus objetos más variados.


1942-43: Se dedicó a perseguir submarinos alemanes en la cayería de
Romano, donde por esos años habían tenido lugar operaciones de guerra y actividades de los poderosos grupos fascistas.


1945: Comienza a escribir aquí su extensa novela sobre la Segunda Guerra Mundial, libro que nunca publicaría en vida -The sea book- relegado por él en 1947.


1949: A su regreso a Cuba, después de varios meses en Italia, desgaja de su novela sobre la Segunda Guerra Mundial tres de sus libros más conocidos: “A través del río y entre los árboles”, “El viejo y el mar” y “París es una fiesta”.


1954: Es acreedor al Premio Nobel y se lo dedica al pueblo cubano. Deposita la medalla en el santuario erigido a la Virgen de la Caridad del Cobre, ubicado en un pequeño pueblo en las cercanías de Santiago de Cuba.


1960: Al ser abordado en Estados Unidos por periodistas que le comentaron calumnias contra Cuba, Hemingway cortó la conversación: “¿Han terminado, señores? Yo creo que todo anda muy bien por allá. Las personas de honor creemos en la Revolución cubana”.


1961: Conocedor de las profundas transformaciones políticas que se producían en Cuba y la hostilidad del gobierno de los Estados Unidos, Ernest Hemingway decide, poco antes de suicidarse, legar al pueblo cubano su casa, su biblioteca y los objetos que allí guardaba. También en el testamento dejó el yate Pilar a Gregorio Fuentes, con la voluntad expresa de que la embarcación de sus
mejores aventuras siguiera navegando por las aguas de la Isla.
Cojímar, pueblo de pescadores . Cojímar es una zona costera al este de la capital. Pueblo de pescadores y de gente sencilla capaces de cultivar amistades duraderas.
Eso le sucedió a Gregorio Fuentes a partir del momento en que conoció aErnest Hemingway.

El pescador y el escritor eran el uno para el otro. Tan inseparable como lo fuede Cojímar aquel hombre alto y simpático que andaba contando anécdotas entre los pobladores. Tanto quiso al lugar que llegó a calificarlo como “mi patria chica”.
Allí, en el rústico muelle, solía verse el yate Pilar, cuando “Papa” regresaba a su remanso en San Francisco de Paula, después de las jornadas de pesquería.
Allí comenzó a forjarse la idea de escribir “El viejo y el mar”.
Mientras el viento batía del norte él solía degustar exquisitos platos confeccionados con mariscos en el más frecuentado restaurante de toda la región y que hoy todavía existe con el patronímico de Las Terrazas de Cojímar.

Al crearse en 1976 una nueva división político-administrativa en el país, Cojímar pasó a formar parte del municipio Habana del Este, territorio donde se  construyeron las más importantes instalaciones para los XI Juegos panamericanos realizados en la capital cubana en 1991.

Los 20 000 vecinos de Cojímar saben que Hemingway les pertenece. Su figura honra el parque y desde allí otea el azul del mar. Los más jóvenes conocen su real dimensión como escritor; los más viejos se acuerdan de su risa y su carácter jovial, pero tal vez no sepan que “Jemin” escribió “Adiós a las armas”, “Las nieves del Kilimanjaro” o ¿Por quién doblan las campanas?

El Floridita

Un caluroso mediodía habanero Ernest Hemingway visitó por primera vez El Floridita, un bar restaurante de la calle del Obispo. Se sentó -y siempre lo haría en el mismo lugar- en la primera banqueta, sitio donde fue develado un busto en su honor, en 1954.
El Floridita le sirvió de refugio y allí departía con muchos amigos y hasta con coterráneos que venían a visitarlo. Allí prácticamente creó un trago especial de daiquirí con su nombre. Se trata del “Papa Doble” o “Hemingway Especial” una variente a base de ron blanco cubano, jugo de toronja limón, marrasquino y hielo. Al trago original le suprimió el azúcar, pero le duplicó el ron.
De esos “daiquiries” se bebía a veces durante algunas horas unos 12 vasos y como si fuera poco, se llevaba uno en cada mano para continuar con su hobbie en el viaje de regreso a La Vigía.

Las visitas de Papá Hemingway fueron más seguidas a partir de 1940. Allí creó un círculo de amigos cubanos que se reunían en torno a él en “su esquina”.
Se hizo acompañar en El Floridita de amigos ilustres como los duques de Windsor,Errol Flynn, Gene Tunney, Jean Paul Sartre, Gary Cooper, Dominguín -famoso torero de la época-, Tennesse Williams, Charles Scribner, Spencer Tracy, Rocky Marciano,
Ava Gardner, Samuel Eliot Morison, Buck Lanham, Herbert Mattews.
Al pie de un dibujo que identifica el lugar exacto donde frecuentaba el novelista se leyó en la revista Esquire: El bar El Floridita, en La Habana, es una institución de probidad, donde el espíritu del hombre puede ser elevado por la conversación y la compañía. Es
una encrucijada internacional. El ron, necesariamente, domina, y como en el caso de muchos grandes bares, el estímulo de la presencia de un hombre famoso presta una atmósfera especial, una sensación de amistosa filosofía por la bebida: el residente cubano Ernest Hemingway.

Ernest Hemingway y Fidel

Aquel encuentro para la historia entre Ernest Hemingway y Fidel Castro tuvo lugar eldomingo 15 de mayo de 1960. Un estrechón de manos unía a dos personas que se admiraban mutuamente antes de conocerse.
Era la décima ocasión que se realizaba un torneo de pesca de la aguja con el nombre del afamado escritor estadounidense y los organizadores del certamen hicieron las coordinaciones pertinentes para que se produjera el trascendental momento.
Hemingway acudió a la cita con su Pilar; Fidel lo hizo a bordo del Cristal y estuvo acompañado por Ernesto Che Guevara. El pretexto no podía ser mejor, porque consistía en que ambos participaran en la contienda tras agujas, casteros y dorados.
Ocho horas de competencia fueron suficientes para que el Jefe de la Revolución cubana, sin apartarse un instante de la vara y el carrete, se erigiera como máximo acumulador individual.
Alguien allegado al autor de “El viejo y el mar” comentó que Ernest, al entregarle el trofeo a Fidel le dijo: “Tal vez usted sea un novato en la pesca, pero ya es un pescador afortunado.”
El hombre que solía vestir de guayabera con pantalones cortos jamás ocultó su admiración por el proceso que comenzaba a gestarse en Cuba en los primeros años de la década de los 60 del pasado siglo. “Después de tanto tiempo en este país me considero un verdadero cubano”, dijo.
“Nunca vi algo tan maravilloso como “El viejo y el mar”, ha comentado Fidel, para quien sus títulos fueron para él fuente de conocimientos históricos y geográficos.
Igualmente aseveró que “Por quién doblan las campanas” tuvo una gran influencia en una etapa de su vida cuando buscaba una salida a una situación complicada en la Isla.
Sentenció que Cuba no merece ningún agradecimiento por la labor realizada en la preservación de la documentación existente en La Vigía (Museo Hemingway), pues no haberlo hecho sería una muestra de incultura.
Gregorio Fuentes "Todo sobre él era viejo, excepto sus ojos, que eran del mismo color del mar, alegres e inderrotables", escribió Hemingway en su obra cumbre. Así describía al inseparable
amigo Gregorio Fuentes, nacido el 11 de julio de 1897 en Islas Canarias y trasladado a Cuba junto a sus padres cuando él tenía seis años.

Se conocieron en 1928 en Dry Tortuga, pero los lazos amistosos se profundizaron a partir de los años 30 cuando Ernest, impresionado por la esmerada labor que realizaba Gregorio, lo contrató para que trabajara en el yate Pilar.

A estos hombres los unía la pasión por la pesca. El mar abierto fue el telón de fondo de una gran carrera literaria y una leyenda. Fuentes era un marinero nato: cabalgó cuatro huracanes, cruzó a nado aguas infestadas de tiburones para rescatar a un hombre que se estaba ahogando, y podía sentir en sus huesos el lugar exacto por
donde pasarían el pez vela, el pez aguja o el tarpón más grandes. Al menos, así lo afirmaba Hemingway.
Siempre vivió en un modesto hogar el poblado pesquero de Cojímar, Su existencia
llegó hasta los 104 años, cuando aquella mañana dominical el cansado corazón dejó de latir, quizás cuando su mente urdía otra aventura marina.
Unos meses antes del adiós, Gregorio recibió el título honorifico de Capitán de la Asociación Internacional de Pesca Deportiva (IGFA). Ese día, en el Club Náutico que lleva el nombre de su patrón, aquella leyenda viviente contó anécdotas y charló animadamente, siempre con su inseparable tabaco en las manos.
Después del suicidio de Hemingway, Fuentes jamás regresó al mar y tampoco tomó una caña de pescar. Siempre se negó a aceptar la realidad de la muerte de Papa al calificar de absurdas las causas del suicidio y en más de una ocasión se refirió a su  muerte como una conspiración.
“Yo no he dejado de llorar a “Papa” un solo día en todos estos años”, comentó el viejo pescador el día en que rodeado de amigos festejó sus 100 años de edad. Antes Hemingway, refiriéndose a Gregorio escribió simplemente: “Fue una suerte encontrarlo”.

Ayer hogar; hoy museo

En Finca Vigía, una extensión de nueve hectáreas sobre una colina ubicada en el municipio San Miguel del Padrón, al este de La Habana, Hemingway vivió desde 1940 y hasta 1960 y allí recibió a numerosos amigos, como los actores Gary Cooper, Esther Williams e Ingrid Bergman o los toreros Dominguín y Ordóñez.

Allí concibió varias de sus obras más difundidas y el apacible recinto se mantiene tal y como lo dejó cuando emprendió el último viaje a Estados Unidos, cuando su salud se quebrantaba de manera irremediable.
Hoy en día esta casa es un verdadero museo sobre uno de los más famosos escritores norteamericanos, lleno de muestras únicas de su personalidad, estilo de vida y últimos años. Tal parece que de un momento a otro irrumpirá el escritor para revisar sus escritos inconclusos.
El Museo se inauguró en 1962, en conmemoración al primer aniversario de la muerte del escritor y el sexágesimo tercero de su natalicio, un año después de que la viuda de Hemingway, Mary Welsh, regresara a Cuba para donar al país, compliendo así la voluntad de su esposo, la propiedad en su totalidad y los objetos personales del Dios de Bronce de la literatura norteamericana.

El museo Hemingway es un perfecto reflejo de las costumbres y los gustos del novelista y resumen del llamado período Cuba de su vida.
El recinto atesora miles de documentos y entre ellos se encuentra un epílogo rechazado de su libro "Por quién doblan las campanas", 3 000 fotografías y negativos sin revelar y cartas de Adriana Ivanchich, la condesa italiana de 19 años de la que Hemingway se enamoró locamente.
Los estudiosos de su obra tienen especial interés en la colección de 9 000 libros que reposan en estantes diseminados hasta en el baño, muchos de estos libros tienen anotaciones en los márgenes y esos apuntes pueden ayudar a conocerle mejor.
El Museo Hemingway resulta un sitio atractivo para cualquier visitante en la Isla, sobre todo de quienes admiran la obra del excelente autor.

Jaimanitas

Ubicado al oeste de la capital, Jaimanitas -al igual que Cojímar- es también un poblado de pescadores frecuentado por Ernest Hemingway en la década de los años 30 del pasado siglo.
Distante a unos 300 metros de la actual Comunidad Turística que lleva el nombre del célebre escritor estadounidense, Jaimanitas cobró notoriedad a partir de rumores de incursiones por mar de contrabandistas de alcoholes y licores, según investigación de
Mario Masvidal Saavedra.
Cuenta el investigador que las visitas, tanto por tierra como por mar, fueron muy frecuentes por parte de Hemingway, quien entre otras personas, había conocido allí a los esposos George Grant y Jane Mason, dueños de una embarcación de recreo llamada Pelícano II.
Una de las primeras referencias -y la única explícita- a Jaimanitas aparece en su pieza teatral “La 5ta columna”, publicada en 1938, según cuenta el investigador.
La otra es más bien una sospecha. Se trata del relato “Nadie nunca muere”, editado al año siguiente y para algunos especialistas y estudiosos el escenario del cuento es la playa de Jaimanitas, más exacto: la casa donde el héroe se esconde es la mansión de
los Mason en ese poblado, lugar frecuentado de tal manera por Ernest, hasta el punto de suscitar rumores de un posible romance suyo con la señora Jane.
Creó lazos de amistad con una familia de origen mayorquín. Muchas anécdotas quedaron por escribir, sobre todo aquellas que atesoraba Guillermo Cunill, fallecidohace algunos años y quien se enorgullecía cuando contaba a ratos: “Yo muchas veces tomé “wisky” con “Papá”. Él y yo éramos iguales: ¡pescadores y de los buenos!

Aire de una isla

En el año 1937, Ernest Hemingway parte de Nueva York rumbo a España,
como corresponsal de guerra de NANA (North American Newpaper Aliance).
Por entonces está casado con Pauline Pfeiffer, una redactora de la revista Vogue que había conocido en Australia, en abril de 1926. Sin embargo, en el nuevo destino, otra mujer estaría a su lado: Martha Gelhorn, quien a la postre sería una enemiga para el soberbio norteamericano.
Martha era una joven de 28 años, autosuficiente, que tenía el doble
inconveniente de ser atractiva y talentosa. Hemingway lo había advertido desde un principio y por eso, tal vez, le molestaba la independencia de su amante.
En julio de 1939, Ernest comienza a frecuentar el hotel “Ambos Mundos”, en La Habana Vieja. Ocupa la habitación 511. Ese espacio lo tomaría como estudio aunque a Martha no le gustara. Una tarde, después de pelearse a los gritos, la periodista decide salir fuera de la ciudad manejando un auto arrendado. Al llegar a San Francisco de Paula, un pueblito ubicado a 11 km al sureste de La Habana, se choca con una residencia totalmente arruinada donde había vivido
la familia D’orn. Decide parar y la visita. Esa casa no es otra que Finca La Vigía. Martha alquilaría la propiedad por 100 dólares mensuales y se obstinaría en restaurarla. Toda la inversión correría por su cuenta porque, para Hemingway, los gastos eran excesivos.
El destino quiso que el caserón ubicado estratégicamente en una colina, construido por el arquitecto español Miguel Pascual y Baguer, fuera el sitio de residencia del novelista entre 1939 y 1960. Comprada finalmente por Hemingway en 18.500 dólares, con una vista espectacular a las tres colinas de San Francisco, rodeada de una vegetación incomparable, Finca La Vigía mantuvo en sus cuatro hectáreas, a la casa principal, al mirador, al bungalow, la piscina, el cementerio de gatos bajo la puerta del comedor de la casa, el de
perros en el sendero de la pileta, todo tipo de hortalizas, flores, plantas, 18 variedades de mango y en el ingreso a la casa, una ceiba cuyas raíces Ernest se negaba a recortar. Acompañaban el ensueño, la mística del norteamericano hecho al rigor del Caribe y la verdad literaria que transformaría al escritor en un habitante de ese suelo al que amaría hasta la confesión de reconocer a esa casa como su único y verdadero hogar.
Martha fue una pasajera, una visitante, al igual que todos los que desfilaron por la mansión, tal el caso de Jean Paul Sartre, Ava Gardner, Gary Cooper, Graham Greene, entre otros. Ella tenía “historia propia” y cuidaba su carrera más que la relación afectiva. Quedaría demostrado el celo de Hemingway, cuando Martha recibió un pedido de la revista Collier’s para escribir una serie de crónicas sobre la actividad alemana en el Caribe. Gelhorn para no contrariarlo desecharía la oferta, pero, a fines de 1943, aceptaría escribir desde Inglaterra, África del Norte e Italia. Es ahí donde la felicidad de la pareja empieza a fracturarse. A tal punto llega la rivalidad de ambos que Hemingway no dudaría en ofrecerse a Collier’s como corresponsal de guerra. Participará así, el 6 de junio de 1944, del “Día D” en Normandía. También se uniría a la
Cuarta División de Operaciones y llegaría triunfante a la liberación de París el 25 de agosto de ese año. En esos momentos, de paso por Londres, conoce a Mary Welsh y allí se le divide el corazón. En noviembre Martha, ya cansada, le comunica su deseo de divorciarse. En diciembre se dejan de ver. Cuatro meses después, el 11 de abril de 1946, Hemingway ya no se separaría de Mary Welsh, la mujer que estaría a su lado hasta el día de su muerte.

Como pez en el agua


Haroldo Conti, en una nota publicada en la revista Crisis, del mes de julio de 1974, titulada “La breve vida feliz de Mister Pa”, recrea un diálogo mantenido con Gregorio Fuentes Betancourt —alias “Pellejo Duro”—, quien trabajaría para Hemingway durante 27 años asistiéndolo en el Pilar, la embarcación que formara parte de la vida aventurera de Ernest. En esa conversación íntima, Hemingway dice: “—Viejo, los dos somos hijos de la muerte. Quiero a este barco tanto como si fuera un hijo más. No sé cómo disponer de él, pero en caso de que me pase algo, ¿tú qué harías, viejo?
—Lo sé.
—Dímelo, por favor.
—Pues lo sacaría a tierra y lo pondría en el jardín de la finca. Y si tuviera algo de dinero mandaría a hacer una estatua de usted sentado en una banquina, al lado del barco, con un vaso en la mano.
—Es buena idea. Si me ocurre algo, trata de hacerlo”.
Esa fantasía de Gregorio fue realidad. La embarcación que Hemingway compró en 10.000 dólares se llamó “Pilar”, en homenaje a la basílica Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza y también en honor al apodo que Pauline —su segunda esposa— utilizó en muchos telegramas que enviaba a Ernest para no llamar la atención de Hadley Richardson, su primera mujer.

El yate, adquirido en un astillero de Brooklyn en 1934, es una embarcación realizada en caoba y roble, de 11,86 metros de eslora y 3,65 de manga, dotada de un motor Chrysler de 100 HP, que “Papá” usó para capturar peces aguja y perseguir submarinos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Sobre este aspecto hubo muchas historias, algunas decididamente inventadas y otras que fueron parte de la realidad. Conviene al respecto acudir al libro de Enrique Cirules Hemingway en la cayería de Romano (Editorial José Martí; 128
páginas; Cuba, 1999) donde el autor pormenoriza las travesías de Hemingway desde Cayo Francés a Faro Mat, entrada del puerto de San Fernando de Nuevitas, entre 1942 y 1943. En 1942, el entonces embajador Spruille Braden cargaría con una frase que dejaría blanqueado el asunto: “Hemingway colaboró para nosotros desde su finca de La Habana dos veces por semana. Reunió a un grupo de cuatro hombres que trabajaban todo el día”. Aquella tarea le permitió a ”Hem” juntar una asociación de personajes marginales que merodeaban los cafés del puerto cubano. Así reclutó una docena de estafadores, con el objeto de perseguir a 25.000 “falangistas violentos” que vivían en la isla. También se suponía que unos 1.000 submarinos alemanes podrían circular por las aguas del Caribe y su propósito
no sería otro que convertir a Cuba en un punto de avanzada contra los Estados Unidos. Braden, un personaje adicto al alcohol y a los deportes, le entregaría a Hemingway 1.000 dólares mensuales y 122 galones de nafta que el escritor utilizaría para darse el lujo de viajar sin problemas, pescar a su antojo y jugar al espionaje. La situación en nada agradó al FBI, que calificó la travesura como
“una torpe e infantil empresa de fulleros de carácter sensacionalista”.
Tiempo después tendría peso la versión sobre la verdadera participación de Hemingway en todo este proyecto. El FBI lo negaría al igual que el propio escritor, pero valederos documentos darían cuenta de que, en un principio, Ernest estaba cerca del grupo de inteligencia y, posteriormente, todo hacía pensar en una traición.
En 1960, Hemingway se alejaría de Cuba para no volver jamás. Viaja a Nueva York, pasa por Madrid y de regreso a su país se instala en una finca de Idaho.

Lejos de la vida y cerca del cielo.

En 1962, con la autorización de Mary Welsh, se declara a Finca La Vigía como museo. Lo inauguraría, en 1964, el escritor Alejo Carpentier. Recién en 1970 el yate Pilar es llevado a la casona de San Francisco de Paula y se decide colocarlo en el lugar que fuera la cancha de tenis. Fue restaurado por última vez en 1968, en los astilleros Chillima de La Habana.
Desde entonces la casa y el barco son testigos de una paulatina decadencia.

La casa vacía

Finca La Vigía guarda cientos de recuerdos, innumerables historias y
numerosos acontecimientos ligados a Ernest Hemingway. En esa casa se
paseó desnuda Ava Gardner. Allí se intentó asesinar a Fidel Castro. A esa mansión lo llamaron para comunicarle al novelista que le habían otorgado el Premio Nobel.
No hace falta decir que para Cuba este lugar es sagrado. Forma parte de su cultura y es un atractivo sin discusión para el turismo. Por muchos años, la voluntad de las autoridades del hoy museo hizo posible que la mística de la poltrona del comedor se mantuviese ocupada y en silencio, y que esa figura del hombre con torso desnudo, barba canosa y bermudas gastadas, cruzara el parque buscando a los gatos.
En 1999, centenario del nacimiento de Hemingway, todo parecía una fiesta.
Cuba era una fiesta. Se recordaba a “Papá” como si estuviera vivo. Tres años después, el 16 de marzo de 2002, el ex presidente estadounidense James Carter visitaba, con su esposa Roselyn, la mansión, y se comprometía a que, en el corto plazo, expertos norteamericanos visitaran Finca La Vigía para colaborar con técnicos cubanos en la restauración del museo. Seis meses más tarde se firmaba un acuerdo entre el Social Science Research Council y el
Congreso del Patrimonio Cultural de Cuba, para la recuperación,
conservación y digitalización de unos 11.000 libros, cartas, folletos, revistas y documentos que Hemingway acumuló en su paso por la isla. Aunque parezca mentira, la Fundación Rockefeller y la Fundación de Preservación Hemingway también estamparon su firma y se pusieron de acuerdo para destinar el dinero que hiciera falta en el desarrollo del proyecto. Más aun, se confirmaba la restauración de la finca y del yate Pilar. Hasta allí, una primavera. Incluso la
directora del museo, Ada Rosa Alfonso, convocó espontáneamente a expertos para que se iniciara la obra, mucho antes que la partida presupuestaria acordada llegara. Pero, como un huracán, el presidente George Bush trabó los fondos recaudados por el National Trust of Historic Preservation, quien había escogido a la finca La Vigía como primer centro de atención en el extranjero, escudándose la medida en el embargo económico impuesto a Cuba desde hace más de 45 años. Fue la vocera de la Oficina de Control de Activos en el
Exterior del Departamento del Tesoro la que duramente afirmó: “No deseamos favorecer algo que ponga dinero en manos de Castro”.
Después de su reelección, el mandatario norteamericano sistemáticamente recorta envíos ya asignados sin ninguna consulta previa con el Congreso de la Nación. Esto disgusta a muchos americanos, pero es uno de los tantos ejemplos de cesarismo del presidente.

Cartas de amor desde el frente

El material epistolar encontrado en Finca La Vigía es parte de la
documentación que recibirá la Biblioteca Kennedy. La tarea de
búsqueda es un mérito de Felipe Cunill, Humberto Crespo y Norberto
Fuentes, todos investigadores cubanos que lucharon para rescatar
estos textos que tienen como única destinataria a Mary Welsh,
apodada por el propio “Papá” como Pickle (Pepinillo). El mal estado de conservación de muchas cartas obligó a los especialistas a un
verdadero esfuerzo, dado que las mismas no se encontraban en
óptimas condiciones para su lectura. Tampoco nadie pensó que algún
día fuera previsto publicarlas, de ahí que las epístolas tengan, además de un valor afectivo, un sustento testimonial. Con posterioridad al relevamiento realizado en 1989, los expertos norteamericanos y cubanos reconocieron la documentación y certificaron su autenticidad.
En exclusividad, aquí damos a conocer una de esas cartas.

Noviembre 11, 1944

Queridísima Pickle:
He pensado mucho en ti y te he amado mucho durante todo el día.
Espero que tengas un buen viaje. Anoche nevó mucho al igual que
esta mañana. Ahora el tiempo ha mejorado un poco. Esta región es
bella aunque salvaje, de difícil acceso, mucho más inhóspita que donde estábamos antes, es la peor que he visto hasta ahora. Me siento igual sobre las perspectivas, pero interiormente tengo la sensación de felicidad de que nada me importa, que siempre se apodera de mí algo cuando se van a armar los líos. Sin embargo las cosas no son las mismas cuando se combate y los ciudadanos no combatientes tratan de molestar a los combatientes (en esto no hay Día D ni hora H).
Además el ejército es un negocio de eternos celos y de nuevas y viejas envidias, y de que si te portaste mal conmigo aquí, me desquitaré allá.
A uno lo afecta tanto porque conoce la metafísica de todo este
proceso. Desde el principio el señor de la calavera y las tibias cruzadas
lo había seleccionado. Sencillamente aprendo lo suficiente para poder seguir adelante; es una triste continuación de las inquietudes del sistema de categorías de Yale y de las asociaciones universitarias.
Más o menos trato de explicarles a los compañeros que simpatizo todo
esto que pienso.
Ha caído nieve, nieve y más nieve y además, lluvia, lluvia y más lluvia.
Un clima de mierda. Espero que donde estés el tiempo haya sido
mejor. La nieve empeora terriblemente los problemas. Ayer iba en un
jeep que tenía el parabrisas tan lleno de barro y nieve que no se veía casi nada. Estuvimos a 20 metros de un campo minado, atravesado
por una carretera que nos habían dicho que estaba limpia, mientras
nos dirigíamos a una aldea que también nos habían dicho que no tenía
problemas, pero que estaba finalmente ocupada por alemanes. Ya ves,
este tipo de cosas puede provocar resultados inesperados.
Soy de lo más alegre y juego todo el tiempo con los muchachos, así
que no pienses que soy un eterno tristón.
No importa que no te escriba más ahora, porque no enviaré la carta
hasta que comience el avance. Te escribo algo todos los días para no
sentirme tan solo. Cuando estoy metido en la acción puedo escribir
mucho, pero mientras espero soy incapaz de escribir nada.
Te amo, querida
Sólo tuyo.
De Ernest Hemingway. Corresponsal de Guerra.

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